Patrick Moore, fundador de Green Peace, y quien abandonara esta organización en 1981 por considerar que había perdido el rumbo de sus propósitos iniciales, afirmó enfáticamente que “el movimiento ambientalista básicamente fue robado por activistas políticos y sociales que llegaron y muy inteligentemente aprendieron a usar el lenguaje verde para posicionar objetivos que tiene más que ver con anticorporaciones, antinegocios, y tiene muy poco de ciencia o ecología”.
Y, cuando uno ve lo que está pasando con Brigitte Baptiste y otros académicos, con profesionales del medio ambiente, con trabajadores en áreas ambientales de empresas que son insultados sólo por ser rigurosos y razonables en la argumentación de su saber, lo que se siente es vergüenza, porque la etiqueta de ambientalista es usada por personajes que disfrazan una lucha política con slogans ambientales y, desde ahí, acuden al insulto y eluden la validez técnica y científica de los saberes acumulados por las ciencias de lo ambiental.
Es hora de pedir respeto, de llamar las cosas por su nombre. Los actores sociales de los últimos tiempos que se auto-proclamaron líderes ambientales no merecen ese título porque, cuando vemos su proceder, no encontramos otra cosa distinta que la de cabezas políticas que encuentran en el NO y en la indignación una fuente de capital político, alta visibilidad, y el desarrollo de una agenda que les representa importantes dividendos.
Esos no son ambientalistas. Paul Driessen los nomina de manera más adecuada como “eco-imperialistas”, que sólo buscan imponer férreamente opiniones de corte ambientalista para seguir perpetuando la pobreza de los países en desarrollo.
Por supuesto, desde Twitter y Facebook es fácil lanzar dardos contra las empresas, las instituciones y sus dirigentes criticando, oponiéndose, sin aportar nada distinto a frases exitosas en las redes sociales enfocados al miedo, al odio y al mejor no hagamos nada. Así, llegan a poblaciones con opciones de desarrollo, los asustan con el anuncio de un Apocalipsis ambiental y los dejan en iguales o peores condiciones de vida de como los encontraron.
Los ambientalistas de verdad asumen que la naturaleza no es perfecta, y que todas las actividades humanas tienen un efecto. De ahí que la ciencia y la tecnología nos pueden dar formas para gestionar de la mejor manera esos impactos, sin destruir a la naturaleza misma, nuestro hogar común.
Un ambientalista es el que desde su conocimiento aporta para gestionar el medio ambiente. Ambientalista al que se le ocurrió en Cerrejón guardar la capa vegetal hace años para hoy revegetar y entregar más de 3 mil hectáreas reforestadas. O los que trabajan en proyectos de exploración como el de Minesa que desde ya sembraron 83.400 arboles para contribuir a la protección de nacimientos y fuentes hídricas en Soto Norte.
Ambientalista es el que desde la academia y desde su profesión hace investigaciones rigurosas para proponer a empresas y a comunidades, cómo habitar este planeta, aprovechando los recursos naturales de manera sostenible.
Este es entonces un llamado para que los ambientalistas de este país sigan en sus esfuerzos y para que otros dejemos de poner un rotulo a quienes no lo merecen. A los demás llamémosles “ecoimperialistas”, cuya misión, al decir de Lewis Loflin, “no tratan de salvar especies como insectos o ranas; su intento es el de cambiar y controlar personas”.
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