– Columna de Opinión –
Según el exitoso proceso de subasta hecho por el Gobierno y comunicado el pasado 22 de octubre, ocho proyectos de energías renovables plantean iniciar operación a partir de enero de 2022. Un hito para Colombia, para miles de personas que podrán acceder a este servicio, y como si fuera poco, a un precio $50 pesos por debajo del valor normal del mercado.
Este éxito nos plantea varios retos. Para el Gobierno; este hito es quizá el 30% de la tarea y desde hoy debe garantizar que los inversionistas tengan confianza para que no hayan cambios en las reglas de juego por parte de las autoridades que deben licenciar y tramitar los permisos que se requieran. Para las empresas; porque la puesta en marcha de los proyectos implica una debida diligencia y un acercamiento estratégico a todos los grupos de interés para que las comunicaciones y relacionamiento fluyan. Para las comunidades, porque se requiere de coherencia. Si bien es cierto, las energías son renovables, para que este cambio sea posible se desarrollarán proyectos de alto impacto que contemplan: audiencias públicas ambientales, consultas previas y otros mecanismos de participación, que no se pueden volver mecanismos extorsivos o de conflictividad en el territorio.
La energía renovable llegará a precios más bajos a los hogares colombianos en el 2022. Sí, y solo sí, todos nos ponemos de acuerdo, en que no es solo una cuestión de viento y sol. Alcanzar esta meta implica ingeniería, infraestructura, articulación y sobre todo comunicación, en un país donde el rechazo a proyectos de alto impacto genera malestar social. Es el momento para que los grupos que promueven ‘energías limpias’ se reivindiquen y ayuden fortaleciendo la pedagogía de lo que significa la entrada de este tipo de proyectos al país.
Lo positivo de estos proyectos además de la generación de energía a bajo costo para comunidades y hogares colombianos, es también la inversión de $7,5 billones de pesos en el país, es decir, un poco menos de la mitad de lo que busca recaudar el gobierno con la ley de financiamiento. Esta inversión es importante en la medida en que se dinamizará la economía de las áreas de influencia de los proyectos, y es clave que los recursos generen empleo, compras y la mayor cantidad de encadenamientos productivos de manera local, y que se conviertan en otros polos de desarrollo como los promueve el sector minero, petrolero o de energías tradicionales.
Esta conversación la planteo porque aún cuando el discurso de la ‘energía limpia’ suena mejor que el de la minería, el petróleo o el de las energías tradicionales; en la práctica esto implica unos impactos ambientales, sociales y paisajísticos. Recuerdo las aproximaciones que hacían en 2010 donde se calculó por ejemplo, que el mundo necesitaría 3,8 millones de turbinas eólicas, es decir, 50 kilómetros cuadrados de espacio en superficie para instalarlas. Algo así como isla de Manhattan en Estados Unidos convertida en un parque eólico.
La ingeniería ya avanzó para lograr la integración de estas energías, ahora se tiene el reto social, de relacionamiento y comunicacional para lograr la apertura social en la puesta en marcha de estos proyectos, y así poder sacar lo mejor de los vientos y los buenos días.
Por: Jhan Rivera – Director de Monodual
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