El aprovechamiento de los recursos ambientales, basado en agricultura, turismo y servicios ecosistémicos frente a la explotación minera, tienen en una encrucijada a autoridades y habitantes de algunos departamentos del país, en donde son abundantes esos dos renglones económicos.
Páramos, ríos y selva tropical, así como numerosas especies de flora y fauna se enfrentan a una considerable riqueza de yacimientos de carbón, calizas y diferentes minerales, llevando a los boyacenses a una controversia porque están conscientes de la importancia de estos dos factores para su desarrollo social, cultural y económico.
“No rechazamos la minería porque es una necesidad, además es el sustento de miles de familias, pero también existe la responsabilidad de proteger lo que está sobre la superficie para la agricultura y el turismo”, aseguró Pedro Páez, campesino del municipio de Gachantivá, en la provincia de Ricaurte, Boyacá.
Decenas de campesinos residentes cerca a los páramos, que son fábricas naturales de agua, reiteradamente han denunciado que en los últimos años esos ecosistemas han sido destruidos por la actividad minera que han contaminado las fuentes de agua. Por su parte, los empresarios y campesinos dedicados a la extracción aceptan que existe un impacto, pero al mismo tiempo exponen su compromiso de compensación y responsabilidad ambiental.
Sin embargo, la minería no necesariamente tiene que ser sinónimo de afectación de las riquezas naturales ya que hay algunas empresas que, preocupadas por dejar una huella favorable en el lugar donde extraen recursos, han implementado estrategias para devolverle la vida al suelo.
Es el caso del programa de Rehabilitación de Tierras de Cerrejón, con el cual se logra convertir un área intervenida por la minería en un ambiente estable y productivo que permite el establecimiento y sostenimiento de comunidades bióticas y que además se reconecta a los ecosistemas regionales como proveedor de bienes.
“El programa surgió como una iniciativa voluntaria y responsable que estableció Cerrejón desde el inicio de sus operaciones en los años ochenta, décadas antes de que se convirtiera en exigencia legal en el país. Es el resultado de una combinación de ciencia, técnica, empirismo y conocimiento tradicional que, si bien se enriqueció de fuentes externas, tiene el valor agregado de haber sido diseñado e implementado por el propio equipo humano de la empresa”, indican voceros de la organización.
El proceso tiene tres etapas básicas: adecuación de tierras, estabilización de suelos y revegetación.
Desde su implementación el proyecto ha permitido rehabilitar cerca de 3.789 hectáreas correspondientes al 93 por ciento de las áreas en donde se ha finalizado la operación minera. En estas se han sembrado más de 1,6 millones de árboles de más de 40 especies nativas.
La arborización viene de la mano con el retorno de especies de fauna silvestre propia de la región, las cuales se han establecido allí espontáneamente. Entre esas se encuentra el venado cauquero, el oso mielero, el tigrillo, el morrocoy, el gavilán, el jaguar y poblaciones importantes de aves, insectos, anfibios y reptiles.
Fuente: eltiempo.com
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