El proyecto minero de Soto Norte, en el departamento de Santander (oriente), despierta opiniones que conducen a la polarización de la opinión pública. Sin embargo, no todos los argumentos que se escuchan, ya sea en apoyo o en rechazo, terminan siendo veraces.
El proyecto de la empresa Minesa, del grupo empresarial Mubadala, pretende extraer en la Provincia de Soto Norte cerca de nueve millones de onzas de oro, plata y cobre durante los próximos 25 años.
LatinAmerican Post quiso viajar a la zona para conocer de primera mano la realidad que se vive en un zona en donde la minería no es una novedad, pues en municipios como Vetas o California esta actividad se ha practicado desde hace, al menos, 400 años.
Así pues, en la parte alta de la zona rural de California, el panorama es distinto al que Colombia conoció durante la marcha llevada a cabo en Bucaramanga, que congregó a miles de personas que rechazan el proyecto. En la zona en la que Minesa piensa explotar oro no hay tales lagunas, ni mucho menos frailejones, tampoco ecosistemas puros, por el contrario el deterioro ecosistémico y ambiental es aterrador y salta a la vista como un duro golpe de realidad.
La quebrada “La Baja” es un moribundo afluente contaminado por toneladas de mercurio y cianuro, provenientes de la minería artesanal que no cuenta con ningún tipo de regulación ni normativa.
Decenas de piscinas en donde los mineros artesanales lavan la roca con mercurio y cianuro se ven a lo largo de toda la quebrada; arenas con fuerte olor a azufre y cuya apariencia es, al menos, sospechosa (brillante y fina) se arroja sin miramientos al cauce de “La Baja” mientras que las familias de los “galafardos” viven expuestos a todo tipo de contaminación química.
Las aguas servidas, producto de la actividad de lavado del mineral, son arrojadas sin tratamiento ni remordimiento alguno a la quebrada que, vertiginosa, baja para tributar sus aguas a la quebrada Vetas que posteriormente llegará al río Suratá, afluente que en épocas de déficit de lluvias sirve como fuente alterna para el acueducto de Bucaramanga, ciudad que es abastecida mayoritariamente por los ríos Tona y Frío.
Al levantar la mirada, se puede observar, sin dificultad alguna, las boca-minas o aberturas en la montaña. Algunas no superan los 80 centímetros de diámetro y se ve cómo ingresan los mineros artesanales en busca de la roca para procesarla. Es indiscutible que ningún tipo de seguridad industrial los ampara mientras se pierden en las entrañas de unas montañas que parecen quesos gruyere.
Ante las dolorosas evidencias de problemas sociales y destrucción ambiental, es imposible no preguntarse ¿dónde están las instituciones del estado?
Seguimos ascendiendo por la montaña que aún no presentaba ninguna evidencia de vegetación de páramo a pesar de encontrarnos a más de 2.900 MSNM y desde un mirador enclavado en la montaña divisamos a lo lejos, en montañas distantes el inicio del cambio de la vegetación, característica de zona de transición entre el bosque altoandino y el páramo zona de recarga hídrica que se encuentra a más de los 3.100 MSNM.
Al observar hacia abajo en la montaña, a la distancia se divisan los techos blancos de construcciones colindantes con la bocamina de la empresa Minesa a unos 2.600 MSNM.
La multinacional ha prometido tecnificar la actividad minera de los habitantes de la región con un proyecto denominado “coexistencia”, el cual pretende que la totalidad de los mineros atiendan las regulaciones de ley con el fin de frenar definitivamente la degradación ambiental y el deterioro social de la región, los cuales son aún desconocidas por la mayoría de sus habitantes.
Mientras el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible adelanta de nuevo la delimitación del páramo y la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) evalúa y responde a la solicitud de licenciamiento, la campaña en contra del proyecto extractivo seguirá adelante cuando el verdadero enemigo continúa descendiendo por los cauces de quebradas y ríos que abastecen a Bucaramanga dejando más preguntas que respuestas.
Fuente: Latin American Post | Alberto Castaño Camacho
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