Por: Samuel Hoyos
La mayor amenaza para el medio ambiente es la pobreza. La consciencia ambiental es un lujo de los países desarrollados y las clases acomodadas, una vez han logrado satisfacer sus necesidades y hasta sus excesos. Los discursos ambientalistas provienen de sociedades que han alcanzado un avanzado nivel de desarrollo industrial, después de haber depredado sin discriminación sus recursos y los de sus colonias. Por eso resulta absurdo que pretendan, sin contraprestación alguna, que otros renuncien al desarrollo económico para salvaguardar, en beneficio de la humanidad, los recursos naturales que ellos en el pasado no protegieron.
Es cierto que la raza humana está dejando una huella ambiental irreparable en nuestro planeta, y que apenas empezamos a conocer y entender los efectos nocivos de la actividad humana sobre la naturaleza, pero también lo es que nos enfrentamos a un fundamentalismo ambiental que impide el desarrollo social y económico de millones de personas que viven en la pobreza.
La naturaleza es nuestra única fuente de recursos, su cuidado es en beneficio del ser humano y de las generaciones venideras; es nuestra obligación cuidarla pero también aprovecharla de manera sostenible, explotando los recursos de manera responsable, para garantizar condiciones de vida dignas a toda la humanidad. El desarrollo tecnológico y cultural que hemos alcanzado, y gracias al cual tenemos mayor consciencia ambiental, es producto de un largo proceso de industrialización.
La protección del ambiente tiene un alto costo de oportunidad. Para proteger el bosque, dejamos de hacer cultivos, fábricas, carreteras, barrios, represas; para cuidar la montaña dejamos de explotar oro y otros minerales con los cuales podríamos pagar la educación de miles de niños, generar empleos para que miles de familias puedan comer, llevar redes eléctricas para que los hospitales puedan funcionar.
Los fundamentalistas quieren ponernos a escoger entre el agua o el petróleo, para ellos es excluyente la posibilidad de hacer minería, respetando los activos ambientales estratégicos. Su discurso radical, muchas veces lleno de mentiras, con posiciones más políticas que técnicas, ha logrado engañar a muchos incautos, poniéndolos en contra de la minería, haciendo inviable una actividad que genera recursos para el bienestar y desarrollo de millones de personas.
El “fracking”, término satanizado a manos de los ayatolas del ambiente, es un método no convencional de explotación de hidrocarburos a través de la fractura hidráulica. Seguramente hay lugares donde no se debe hacer, y en ese caso vale la pena sacrificar el petróleo para garantizar el agua, pero es mentira que no pueda hacerse de manera responsable.
Gracias al fracking, Estados Unidos volvió a ser el mayor productor de petróleo del mundo, el 65% de sus hidrocarburos proviene de fuentes no convencionales y gracias a eso han logrado reducir en un 42% sus emisiones de CO2. Con la estimulación hidráulica, se calcula que Colombia podría aumentar sus reservas de 2.000 a 10.000 barriles, evitando tener que importar crudo en menos de 7 años, lo cual podría costarle a los colombianos cerca de 14.000 millones de dólares al año para poder abastecer la demanda de combustibles.
El Presidente Duque tiene la posibilidad de hacer buen uso de una gran bonanza minero energética que le permitiría sacar a 5 millones de colombianos de la pobreza, hacer grandes obras de infraestructura, invertir en los ambiciosos programas sociales que su gobierno se ha propuesto, y sobre todo, demostrar que la mejor política ambiental es acabar con la pobreza.
Fuente: El Nuevo Siglo
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