El segundo argumento ecológico contra el petróleo es que su exploración, producción y transporte causan desastres ambientales. Es más contundente que el primero (su impacto sobre el calentamiento global) porque, si bien, como en el caso de las drogas ilícitas, el problema lo causa la demanda y no la oferta y un país pequeño productor no tendría que asumir los costos de suspender la producción, sí debería hacerlo si la misma producción causa daños ambientales.
La respuesta es que la producción de petróleo puede hacerse sin generar desastres ambientales. El riesgo existe y hay casos catastróficos como el naufragio del Exxon Valdes en Alaska o la explosión de la plataforma marítima Deep Horizon en el golfo de México; pero las mismas compañías petroleras adoptan, cada vez más, tecnologías y protocolos estrictos de seguridad ambiental, y hasta se convierten en activas protectoras del medioambiente. De otra parte, hay que recordar que existen muchas otras industrias que contribuyen al calentamiento global, como la ganadería, y a nadie se le ocurre prohibirlas.
El reconocido geógrafo y ecologista Jared Diamond, en su libro Colapso, demuestra que las sociedades desaparecen por el mal uso y el abuso en la extracción de los recursos naturales, pero en el caso de la industria petrolera concluye que en esta actividad (a diferencia de lo que sucede en la minería) no tiene por qué haber un impacto ambiental negativo, antes bien, puede ser muy positivo.
Diamond analiza dos explotaciones petroleras en Nueva Guinea. Una resultó un desastre ambiental que deforestó y acabó con la biodiversidad de la zona; la otra, por el contrario, se manejó con estrictos criterios de protección, de manera que ese campo petrolífero “en la práctica, funciona como el parque nacional más grande y más rigurosamente controlado de Nueva Guinea”.
El problema no es la explotación del petróleo, sino la forma como se haga. La industria petrolera ha avanzado mucho en este campo y hoy dedica grandes recursos a prevenir daños ambientales. Diría Adam Smith, que no es por su benevolencia, sino por su propio egoísmo, porque saben que las prácticas medioambientales limpias les ahorrarán mayores costos de reparación y limpieza.
En Colombia, son altos los estándares de mitigación del riesgo ambiental. Ecopetrol opera más de 15.000 pozos en el país, y se cuentan con los dedos de la mano los casos anuales de derrames de crudo. La percepción puede ser distinta porque los pocos que hay se magnifican como fake news (noticias falsas) en los medios y las redes sociales, como sucedió con el caso del pozo Lizama, que fue calificado como el mayor desastre ambiental de la historia.
La realidad es que en Lizama afloraron 20.000 barriles de crudo, pero el esfuerzo y la pericia de los técnicos controlaron el daño, recuperaron la mayoría y solo 500 barriles acabaron contaminando el ecosistema. Contrasta este mínimo impacto con el causado por los atentados terroristas contra los oleoductos, que han derramado 3,5 millones de barriles. Ese si es el mayor desastre ecológico de Colombia, así las redes sociales no lo divulguen.
Algo similar ocurre en el mundo. El mayor derrame de petróleo de la historia se produjo durante la Guerra del Golfo –de Bush padre–, cuando casi 10 millones de barriles fueron derramados como resultado de las acciones militares. La producción de petróleo no es el problema.
Fuente: portafolio.co
Mauricio Cabrera Galvis
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