Hablar de economía naranja es unirse a la conversación sobre el auge de un nuevo modelo de negocios basado en innovaciones recientes, además de referirse a la cultura y creatividad en un mundo moderno con generaciones que buscan ser cada vez más productivas y generar más ingresos a través de su talento.
Las cifras que deja la economía naranja están más cerca al verde que al rojo. El Banco Interamericano de Desarrollo calcula que el 3 por ciento del PIB mundial es generado por este sector y que algunos países como Estados Unidos deben el 10 por ciento de su PIB a la industria creativa.
En Colombia, este concepto está tomando fuerza en los últimos años, a tal punto que el país podría convertirse en líder regional en la implementación de este modelo. El hecho de que el nuevo gobierno lo tenga entre sus prioridades podría considerarse como algo extraordinario.
Afirmar que la economía naranja tiene el potencial de desplazar a los combustibles y minerales como uno de los mayores productos exportadores del país, es arriesgado. Sin embargo, no estamos tan lejos de que nuestra bandera tenga una importante representación en el mercado internacional de productos creativos.
Para que este futuro, aún un tanto utópico, sea realidad, nuestro imaginario de los productos culturales y creativos debe cambiar radicalmente. No podemos seguir hablando de industrias como el cine, los videojuegos, la fotografía, el diseño y las artesanías, mientras lo vinculamos con actividades con un bajo potencial de crecimiento económico para sus autores. Esa idea es totalmente equivocada y es equiparable a confundir un diamante con un cristal.
La revolución de las industrias creativas y culturales ya empezó. En el país ya es posible calcular el impacto y la capacidad que tienen los jóvenes talentos. El impulso de la economía naranja debe nacer desde los colegios para potenciar las habilidades creativas y emprendedoras de cada colombiano.
Así mismo, la articulación entre los gobiernos locales, la empresa privada y la academia es requisito indispensable para proyectar a Colombia en el futuro anaranjado que le espera a la economía mundial. El apoyo a iniciativas locales se traducirá en la formación de emprendedores exitosos y un crecimiento sostenido.
A su vez, potenciar la industria creativa requiere impulsar la protección de los derechos de autor. A pesar de esto, debemos ser conscientes de que somos afortunados y nuestro marco legal ya reconoce la importancia que la economía naranja tendrá. La Ley Naranja ha permitido que las industrias creativas se hayan convertido en un atractivo para los grandes inversionistas, además de mover el 1,5 por ciento de la economía nacional.
Colombia está en una posición afortunada para abrirse a la búsqueda de nuevos modelos de negocios creativos, a la creación de alianzas multilatinas, a la atracción de talentos internacionales y al impulso a los locales. Se trata de una jugada a largo plazo: estamos a tiempo de entrar en los países que serán potencia en economía naranja. Lograrlo depende de cómo organicemos las piezas en el tablero.
Es innegable una realidad: estamos descubriendo un pozo del que emana petróleo naranja. El futuro de la economía creativa nacional depende de la correcta sincronización entre el Gobierno, la academia y las empresas privadas. Es ahí donde estaremos en la capacidad de apropiarnos de la economía naranja y hacerla sinónimo de economía colombiana.
Fuente: portafolio.co
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