La culpa no es del petróleo

Ha hecho carrera calificar el modelo económico de Colombia como ‘extractivista’. Pareciera que este argumento es taquillero para sectores políticos que insisten en culpar al sector petrolero de todos los males. Más allá de la diatriba política, es pertinente hacer un análisis del tema con serenidad y cifras en mano. Preguntarse si es cierto que en Colombia impera un modelo económico sustentado en el sector extractivo y si la contribución del ramo petrolero en particular ha sido, como algunos lo indican, una maldición para el país.

Quienes acuñaron el concepto de ‘modelo extractivista’ lo definen como una economía dependiente de bienes primario-exportadores, con bajas tasas de crecimiento, más desempleo, más desigualdad y la apreciación de la tasa de cambio con pérdida de competitividad de otros productos de exportación. Se le tilda de crear distorsiones que llevan a que otras actividades pierdan participación en el PIB y de contribuir, además, al deterioro ambiental, a la violencia y la pobreza.

Hagamos un breve análisis de las ‘perversidades’ del sector petrolero en Colombia. Contrario a lo que algunos señalan sin fundamento estadístico, esta industria ha sido clave para el crecimiento económico del país. Guillermo Perry y Mauricio Oliveira, en su libro Minería y petróleo: ¿bendición o maldición? indican, por ejemplo, que desde la entrada en operación de Caño Limón (1986), cuando el país recuperó su autosuficiencia tras doce años de importar crudo, hay una asociación positiva entre el crecimiento económico y los ingresos petroleros, “que se vuelve muy fuerte a partir de 1995”.

Esta situación de crecimiento fue evidente también en la década 2005- 2015 cuando Colombia duplicó su producción y el precio internacional del crudo alcanzó los 140 dólares el barril, en 2008. Este contexto coincidió con mejores indicadores económicos en este periodo: tasa más alta de crecimiento del PIB (6,9 por ciento en el 2007), reducción a un dígito en la tasa de desempleo (7 por ciento en el 2015), menor pobreza monetaria (28 por ciento en el 2015), y reducción de la desigualdad –coeficiente de Gini– en un 11 por ciento, entre el 2005 y el 2015.

Son varios los ejemplos de países que han aprovechado la riqueza del subsuelo para su desarrollo. Es el caso de Alemania, con lignito; Inglaterra, con carbón bituminoso; Canadá, con oro, gas y petróleo; Noruega, con petróleo, y Australia, con diversos minerales. Y en el caso de América Latina, están Chile, con cobre; y Perú, con oro y gas, países en los que las exportaciones asociadas a la actividad extractiva representaron el 56 por ciento del total en el 2015, de acuerdo con el BID. Todos han logrado darle un manejo inteligente a la renta, y además se sienten orgullosos de sus recursos naturales.

Estas reflexiones nos deben llevar a preguntarnos por qué lo que para otros países ha sido una bendición, para algunos en Colombia es una maldición. La respuesta es una: su uso. Mientras otros países han sabido ahorrar en las épocas de bonanza e invertir la renta extractiva, principalmente en bienes de capital para mejorar su capacidad productiva y desarrollar otros sectores económicos, como es el caso del Emirato Árabe de Dubái, Noruega, Canadá y Chile, en Colombia no.

El problema no debería ser, entonces, tener un sector petrolero fuerte, sino invertir bien los recursos que genera para diversificar la base productiva del país. En Colombia no hay un modelo ‘extractivista’, lo que hay es un sector que representa el 6 por ciento del PIB, con capacidad de generar –como ningún otro– recursos fiscales (Government take del 70 por ciento en el 2016). A lo que debemos aspirar es a fortalecer otros sectores económicos para que aporten al fisco igual o más que el petrolero, pero no a sustituirlo.

Lo curioso de la discusión sobre el ramo extractivo es que no solo se le responsabiliza, a la ligera, de todos los males, incluida la falta de competitividad de otros sectores, sino que se niega que en Colombia hay una cultura extractiva. El Cacique Muisca se bañaba en oro, no en café, y vivían del intercambio de la sal, otro mineral. Los Pijaos, Quimbayas y Calimas eran orfebres, el poporo lo fundieron en oro, no en guacamole, y las esmeraldas, el oro, el carbón y la arcilla han financiado a muchas regiones.

La culpa no es del petróleo ni de la minería, ni de los países que deciden explotar sus recursos. El problema está en no saber administrarlos al convertir su renta en plata de bolsillo en lugar de generar desarrollo y bienestar. Satanizar al sector extractivo y su rol en nuestra economía es incluso desconocer nuestras raíces y su rol en la historia, además de no ver la oportunidad que representan estos recursos para fortalecer otros sectores económicos y apalancar el desarrollo sostenible de Colombia.

Fuente: portafolio.co
Francisco José Lloreda Mera, Presidente de la ACP